
Con respecto al dicho que hoy nos ocupa, Perez Bugallo, refiere lo siguiente.
Este difundidísimo dicho sugiere varias posibilidades interpretativas. La más sintética y de menor compromiso documental es la que entiende que “San Martín” es un tipo de alambre acerado, utilizado eventualmente para amarrar a los cerdos antes de faenarlos o bien para amordazarles el hocico y evitar de ese modo que “osando” (1) destruyan las instalaciones donde se los alberga.
Otra versión explica este dicho vinculándolo a la celebración de San Martín de Tours, santo patrono de la ciudad de Buenos Aires, que el 20 de octubre de 1580 fue elegido por sorteo en una junta vecinal de españoles liderados por Juan de Garay, quien tres meses antes había refundado la ciudad. Es tradición que el santo salió tres veces sorteado de adentro de una bolsita que contenía los nombres de varios posibles patronos, hecho de aparente voluntad divina que produjo finalmente su resignada aceptación, resistida en principio por su origen francés. Lo cierto es que ninguna iglesia porteña llevó su nombre casi hasta nuestros días, si bien desde entonces se celebró anualmente la fiesta patronal, entre cuyos actos no faltaban ni las corridas de toros ni los desfiles, ni los juegos de a caballo ni las libaciones y comilonas. La carneada de un lechón- procedente en principio de las granjas de los sacerdotes- se hizo un hecho habitual de cada entorno familiar, de allí que el festejo del santo-patrono también de las cosechas y el ganado-, quedó relacionado con la muerte del chancho.
En Francia y en España, los festejos de San Martín se realizan el 11 de Noviembre, en plena época de cosecha. También en esos países la advocación religiosa solía -y suele- resultar el pretexto para ciertos “desmadres” del jolgorio popular (2).
Volviendo a nuestro país, algunos de los usuarios de este dicho vinculan en cambio su significado histórico con las guerras de la Independencia, interpretando que se refiere al General José de San Martín y a su acción decisiva en el triunfo criollo, haciendo a la vez una despectiva alusión a los españoles como “chanchos”, detalle que también se repite en algunos cielitos de la época. En Mendoza circula una versión más específica, asegurando que la frase rememora la obligatoriedad de la población de contribuir al mantenimiento del Ejército. Libertador acampado en El Plumerillo. Los aportes, obviamente, estaban directamente relacionados con el nivel económico de los “donantes” y así como la sociedad patricia hubo de ceder- tal vez a regañadientes-, parte de sus joyas, los campesinos de menores recursos contribuyeron con frutos de su producción agropecuaria; por ejemplo, con un lechón para el mantenimiento de la tropa.
No hallamos entonces ante diversas opciones que lejos de diferir en el sentido de la expresión lo afianzan, ampliando su valor metafórico. El dicho asegura que nadie se halla a salvo de una maniobra del destino que nos haga aceptar compulsivamente una situación adversa.
Rubén Pérez Dugallo. Conicet.
Fuente: Revista de Historia Bonaerense Nº 20 año 1999. Ilustración: Pablo Martel, alumno 2º año Ins. San Fco. Solano, Ituzaingó.
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